Para ellos era muy importante la acogida y nos sorprenden porque, a pesar de alejarse físicamente de la sociedad, o quizás gracias a ello, fueron especialmente sensibles a todos los problemas e interrogantes de los hombres y supieron dar respuestas válidas no sólo para su época sino para todos los tiempos.
Valga como ejemplo de la importancia que daban a la hospitalidad, el caso que cuenta el monje Casiano en el libro de las Instituciones y que tuvo lugar en su recorrido por el bajo Egipto junto a su amigo Germán: “Fuimos a ver a un anciano que nos dio de comer. Estábamos satisfechos pero nos exhortaba a comer más. Al decirle que ya no podíamos respondió: Esta es la decimosexta vez que preparo la mesa para hermanos que llegan e, invitándolos, he comido con ellos; y todavía tengo hambre.”
San Benito recoge toda esta tradición y, en su Regla, hace hincapié en la hospitalidad, quiere que se “acoja al huésped como a Cristo en persona (RB 53, 1) y se ponga especial cuidado en la atención a los hermanos en la fe y a los peregrinos… adorando en ellos a Cristo que es a quien se recibe”. (RB 53,2.7). Insiste de nuevo, en el mismo capítulo, en que “se muestre la máxima solicitud en la acogida de los pobres y peregrinos” y da sus razones: “porque en ellos se recibe más a Cristo”.( 53,15).